Pensar en eso impacientaba a Guido. Se levantó del asiento y se tomó el mate frío con asco. Puso la pava a calentar por tercera vez, y se volvió a sentar.
"¡Damián!" Escuchó gritar afuera a una mujer "Caminá, por favor".
Guido se levantó nuevamente y recorrió la distancia hasta la puerta de entrada. La abrió. Sabrina estaba a unos pasos ya, con el nene de la mano y unas cuantas bolsas que sostenía como podía. Guido le tendió las manos a la carga de la mujer y la llevó adentro, seguido por la visita.
"Buscá las galletitas, están en la bolsa amarilla" Dijo Sabrina, sacándole la campera a su hijo en el comedor, "Andá a jugar, en un ratito te aviso así tomas una leche, ¿Si?" Se dirigió a Damián ahora, y el nene se fue al jardín que se veía por la ventana.
"¿Como está?" Preguntó Guido cuando Sabrina entró en la cocina.
"Mucho mejor, ya volvió a su casa".
"¿Sigue sin querer verme?"
La respuesta a esa pregunta fue justo lo que no quería oír: "No se acuerda de vos".
Guido González se desplomó en el asiento junto a la mesa, se agarró las sienes y sentenció: "Me cansé".
Sabrina le palmeó la espalda, "Es tu hermana. Dejá de esperar respuestas, andá a verla". Sacó la pava del fuego y le cebó un mate. Un mate amargo.