martes, 28 de febrero de 2012
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De vez en cuando me dan lástima las personas. Pero sólo a veces, porque son sólo algunas, y también porque hay distintos tipos de lástima. Yo hablo de la lástima cruel, no de la otra, la que te hace compadecerte de alguien y entonces tal vez ayudarlo, con un problema que no se busca solo. Yo hablo de la lástima que tienen los intolerantes, hablo, entonces, de lo intolerante que soy. No es que quiera serlo, por supuesto. En realidad la intolerancia pelea contra la tolerancia dentro mío, igual que lo hacen muchas otras emociones. La guerra es entre lo que siento y lo que quiero sentir. Apoyo a lo que quiero, pero mi apoyo interior lucha para el equipo contrario. Entonces tampoco quiero que pierdan, porque me quedo sin buen apoyo. O no. Por ahí este juega para los dos bandos, o para ninguno (porque lo quiero, y también es mío inconcientemente). Tal vez es el rey. Pero no. Porque entonces ganaría quien apoyo decida, dictado y punto. Pero tampoco. Porque no me gustan las monarquías, no las apoyo. La contradicción. Que lucha para el bando del interior. Esa si que tiene protección, nunca la vencen. Está entre las mejores en combate, da miedo, junto con la mentira y el enojo. Son tan fuertes que le dan miedo al propio miedo, que en realidad también pelea con ellos. Si me quedo con todos los sentimientos, juntos, tal vez estoy completa, o por ahí me trastorna. Yo que sé. La guerra soy yo, y la paz también. Y ni hace falta adivinar en qué lado está cada una.
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